Sabemos que tanto el primer tren (que circulaba a 40 por hora) como el primer teléfono fijo generaron resistencias entre las personas. Lo nuevo genera con frecuencia miedo, resistencia, e inseguridad. Ante el miedo todos queremos controlar y limitar, evitar los males que sospechamos que puede traer lo desconocido cuando lo que en realidad deberíamos hacer es supervisar, estar ahí y ayudar a trabajar todo el impacto que las nuevas tecnologías tienen sobre las emociones de nuestros estudiantes.
En realidad las nuevas tecnologías han aumentado la accesibilidad a la información, tanto buena como mala, pero la manera de enfrentarse a ella no difiere de lo que llevamos haciendo toda la vida en la enseñanza. Académicamente internet ha cambiado las fotos recortables que comprábamos en quioscos para ilustrar las lecciones de historia por miles de fotos que podemos encontrar en un buscador e imprimir. Personalmente nuestros estudiantes pueden ser acosados, no en el comedor o el recreo como antes sino a también a través de las redes. Una chica adolescente me mostraba esta semana, como en una aplicación, de forma anónima, podía recibir comentarios xenófobos por su color de piel ante los que ella misma, fuerte, se reía. Hoy en día, en un teléfono un chico puede ver como sus compañeros celebran una fiesta a la que no han sido invitados, o puede sentir que no forma parte de un grupo determinado.
En la superficie las cosas han cambiado, no cabe duda, algunos argumentan que incluso se han vuelto más difíciles. Pero lo cierto es que el fondo sigue siendo el mismo. Se trata de cómo ayudar y educar a nuestros estudiantes para que tengan valores y se respeten, para que tengan autoestima y se sepan defender. Para que sepan cómo desarrollar la inteligencia emocional necesaria para procesar todo lo nuevo que acompaña a la era de la información.
Como maestros y profesores responsables del crecimiento adolescente y de hacer a los adolescentes responsables de su propio crecimiento, tenemos el deber de supervisar el uso de las nuevas tecnologías, no como detectives o espías controladores de lo que ocurre en las redes o WhatsApp, sino como supervisores que apoyan el desarrollo emocional y ayudan a entender las emociones que afloran fruto del uso de las nuevas tecnologías. Nuestro papel es el de estar ahí, y actuar si sospechamos que algo que no es sano y que no encaja en los valores que ayudamos a desarrollar está ocurriendo. No podemos escudarnos en que “como eso no ocurre en el colegio” no tiene nada que ver con nosotros. Quizás lo único que podamos hacer es informar a padres, quizás escuchar y recomendar, quizás validar emociones y ofrecer salidas pero siempre hay algo que podemos hacer.