¿Qué es el Autoconcepto?
La imagen mental que nos hacemos de nosotros mismos, con las virtudes o los defectos que somos capaces de reconocernos. Es la definición que hacemos de nosotros mismos: yo soy… simpático, valioso, pesimista, optimista, generoso, trabajador, egoísta, empático, inteligente…
El autoconcepto puede ser positivo o negativo y puede estar más o menos cerca de la realidad, aunque eso no va a cambiar cómo te relacionas con el mundo exterior, porque tú vas a dar por bueno tu autoconcepto, se ajuste en mayor o menor medida a la realidad.
¿Cómo construimos el Autoconcepto?
El autoconcepto se va creando a lo largo de la vida y va cambiando en función de los acontecimientos que vamos viviendo, de las experiencias que vamos acumulando, de las respuestas que vamos dando y recibiendo del entorno.

Estando siempre presentes ambas fuentes de información para la construcción del autoconcepto a lo largo de la vida, el peso que tiene cada una de ellas va variando a medida que la persona crece. En la infancia, el mayor peso lo tienen los demás en su construcción del autoconcepto. Y, lógicamente, ese “los demás” está presidido por la familia, aunque figuras como los profesores jugarán también un papel muy relevante.

En la adolescencia, siguen pesando más los demás en la construcción del autoconcepto, pero pasando de ser la familia el grupo más influyente a ser el grupo de iguales. En la vida adulta, lo normal es que el mayor peso en el propio concepto se construya a raíz de los propios pensamientos, sin depender tanto de lo que los demás nos transmitan sobre nosotros mismos.
¿Cómo contribuir a que el Adolescente tenga un Autoconcepto positivo?
En el adolescente se da con frecuencia un desajuste entre cómo se ve a sí mismo y cómo es en realidad. Estar tan pendiente de lo que opina de él su grupo de iguales distorsiona su autoconcepto.
Es habitual encontrarnos con un adolescente que ve incrementados sus defectos y reducidas sus virtudes a la mínima expresión. Verse así le va a llevar a una forma de relacionarse con los demás y consigo mismo de una manera destructiva, con pocas opciones para desarrollar habilidades sociales lo que, probablemente, contribuirá a empeorar su autoconcepto, entrando en un círculo vicioso del que debemos ayudarle a salir.
Cuando el autoconcepto se desvía de manera negativa de la realidad, podemos ayudar al adolescente a ajustarlo.
Para ayudarle, podemos hacerle racionalizar su autoconcepto, a través de dos vías:
- Es necesario dar un paso más allá en la definición del autoconcepto. Pasar de las puras “etiquetas”(soy egoísta, soy optimista, soy vago, soy divertido, soy simpático, …) que estigmatizan y posicionan al adolescente ante ellas como mero observador, sin capacidad para quitárselas y cambiarlas por otras si no le gustan. La forma de ir más allá será ayudándole a identificar qué comportamientos concretos en el día a día le hacen afirmar que es egoísta, optimista, vago, divertido… Eso le ayudará a racionalizar sus creencias, a construir el autoconcepto dando más protagonismo a su reflexión personal frente a la opinión de los demás. Y, además, asociando las etiquetas con comportamientos concretos, le estaremos ayudando a llegar a la conclusión de que si cambia los comportamientos, podrá cambiar las “etiquetas”. Es un enfoque constructivo, que incita al adolescente a superarse y a mejorar en aquellas facetas de su autoconcepto que no le gustan.
- Es necesario hacerle consciente de las etiquetas positivas, de sus virtudes. Es habitual que el adolescente no termine de creérselas o que las deje reducidas a su mínima expresión. Debemos ayudarle a que reflexione sobre ellas, a que las enumere e identifique, descubriendo que son más de las que pensaba y, por supuesto, asociándolas con comportamientos cotidianos en los que manifieste dicha virtud. De lo contrario, no se lo creerá y volverán a perder peso en su autoconcepto. Bastará que algún compañero las cuestione para que vuelva a eliminarla de su relación de virtudes.
También se proponen dos actividades en esta línea: “¡Mi hijo es un fenómeno!… pero… ¿en qué?” y “¡Mi hijo es un desastre!… pero… ¿en qué?”.