El manejo de las normas y los límites con nuestros hijos es un tema complejo. Decidir qué normas poner, cómo hacerlas cumplir, cuándo saltárnoslas… son algunas de las cuestiones que todos los padres en algún momento se plantean. Si durante la infancia ya puede suponer un reto, lo es aún más durante la adolescencia llegando a ser uno de los motivos de conflicto más frecuentes entre padres e hijos.
Hay una serie de aspectos que es importante tener en cuenta para establecer una buena base sobre la que construir un conjunto de normas en casa:
- Las normas son necesarias: a pesar de las quejas de nuestros hijos, tener normas es algo fundamental para dar estabilidad, estructura y rutina en el día a día. Los jóvenes que maduran sin normas que los sostengan, viven en un continuo caos donde no saben qué deben o no hacer, o qué se espera de ellos. Son muchos los estudios que avalan que los niños y adolescentes que viven en un entorno familiar con unas normas claras viven más tranquilos y mantienen una mayor estabilidad emocional.
- Las normas deben ser creadas desde el diálogo: a diferencia de lo que ocurre con los más pequeños donde los padres son quienes ponen las normas, en el caso de los adolescentes es importante debatirlas y proporcionar un razonamiento que explique el por qué de las mismas. Hablar con ellos sobre las nuevas normas que se crean puede suponer una oportunidad para aprender a negociar lo cual a su vez conlleva que adquieran cierto compromiso hacia el cumplimiento de éstas. El hecho de imponer en lugar de razonar o explicar suele conducir al conflicto.
- Las normas deben estar bien elegidas según el criterio de los padres y el sentido común: deberemos evitar imponer un exceso de normas en casa, tan solo las fundamentales para el buen funcionamiento del ámbito familiar. Hay normas que deben ser inamovibles, las que tienen que ver con el respeto hacia los demás y hacia uno mismo (ej. no se permite la violencia, no se permiten conductas de riesgo en casa, etc.), y hay otras normas que sirven para el ajuste de la convivencia que pueden ser más debatidas y flexibles en momentos puntuales (ej. horarios, tareas, obligaciones, etc.).
- Las reglas deben estar bien definidas y explicadas, al igual que las consecuencias de su no cumplimiento. El adolescente tiene que saber claramente qué se espera de él y el coste de no cumplirlo. Es recomendable que el coste sea fijo y ajustado a la norma infringida.
- Ser coherentes con las normas que ponemos.
- No mostrarnos intransigentes con las normas. Hay momentos en los que es necesaria cierta flexibilidad.
- Ser consistente y firme con las normas. Este punto no entra en conflicto con el anterior. Es importante ser flexible en ocasiones puntuales para que las normas no terminen asfixiando al adolescente o al propio entorno familiar, pero en el 95% de las ocasiones es fundamental que la norma se cumpla. Para ello, es importante no ceder ante las demandas de nuestro hijo (una cesión excesiva conllevará el cuestionamiento de esa y otras normas). Este puede ser uno de los puntos más complicados dado el esfuerzo que tendrán que realizar los padres para mantenerse firmes ante las continuas quejas. Es importantísimo que ambos miembros de la pareja se apoyen y actúen como una unidad.
- Fomentar la expresión de emociones. Es fundamental que el adolescente pueda expresarse y no se le impida hablar o se le castigue por ello. Conviene enseñar a nuestros hijos a expresar sus emociones de forma adecuada desde la infancia, al tiempo que nosotros damos ejemplo de cómo hacerlo.
- Las normas cambian con el tiempo: Al igual que nuestros hijos van cambiando debemos adaptarlas a ellos. Lo lógico es que las normas explícitas se vayan disminuyendo y aumente el margen de confianza. Será necesario por tanto negociarlas al menos una vez al año.