12 de febrero de 2015

Enseñando a aprender de los errores

Durante la presentación de Pedro García Aguado en los eventos de Kliquers solemos encontrarnos entre tantos magníficos mensajes con uno sobre éxito y fracaso: Se aprende más de los errores que de los éxitos.

Guy Winch en su video sobre enseñar a nuestros hijos higiene emocional también habla sobre la importancia de enseñar a nuestros hijos a gestionar el éxito y el fracaso desde que son pequeños.

Recuerdo como de niño después de aprender a nadar con unos vecinos nos pusieron a competir entre nosotros en la última clase. Mientras que mi hermano ganó las dos carreras que hizo contra su oponente yo perdí las dos mías contra el mío. Corrí como un loco y tras un portazo me encerré a llorar en mi cuarto. No recuerdo como acabó aquella historia pero hoy soy consciente de lo importante que son los éxitos y los fracasos en la infancia a la hora de forjar nuestro carácter y de aprender a manejar nuestras emociones. Los éxitos, ya sean académicos, deportivos, con las parejas y los amigos, en concursos… ayudan a que nos sintamos bien y tengamos una buena autoestima. Pero los fracasos, o mejor dicho, la gestión de nuestros fracasos son cruciales para nuestro desarrollo.

De los fracasos se aprende, se corrige, se crece, se madura. Son tantos los beneficios de aprender a gestionar el fracaso que es sorprendente que no lo enseñemos en casa y en los colegios.

Vivimos en una sociedad donde uno no puede hablar de los errores que comete. Si lo haces acaban contigo. Uno es bueno si no se equivoca y es mejor si los demás lo hacen. Por eso es tan difícil aprender de los errores. ¿Se puede aprender de los errores a escondidas? Muchos autores nos dicen que no. Lo primero que hay que hacer es levantar la mano, decir “me equivoqué” y disponerse a arreglar y aprender del error en cuestión. Pero para hacer esto hay que estar seguro de uno mismo, ser honesto y no tener miedo. Y en el caso de nuestros hijos hacer que cuenten con nuestro apoyo en lugar de nuestro desdén.

Como padres es esa nuestra obligación, enseñar a nuestros hijos a levantar la mano y reconocer un error, ayudarles a ser conscientes de lo que ello implica y a pedir perdón si es necesario, a aprender de esa equivocación para levantarse e intentarlo de nuevo sin miedo al qué dirán. Recordémosles a nuestros hijos lo que nos enseñó Edison sobre sus equivocaciones antes de descubrir la bombilla: “No fracasé, sólo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla“.

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